La Amazonía, dentro de sus diversas funciones ambientales (como el stock de carbono, entre otras), es la principal fuente de recursos hídricos de América Latina. Sus “ríos voladores”, que vuelan a más de dos kilómetros de altura, son el producto de la capacidad de los árboles de la Amazonía de lanzar agua a través de la evaporación y transportan vapor de agua desde el océano Atlántico a toda la región: son miles de millones de árboles en el bioma amazónico que funcionan como megabombas de agua. Cruzan la atmósfera sobre el Amazonas a velocidades vertiginosas, transportando más agua incluso que el propio río en tierra, y originan lluvias a miles de kilómetros de distancia, llegando hasta el sur de Brasil, Uruguay, Paraguay y norte de la Argentina.
No hay una sola cultura que tenga la respuesta a todas las preguntas: es en la diversidad que nos complementamos como humanidad, hay que abrir el pensamiento para innovar y escuchar a las comunidades indígenas. Ellos tienen un conocimiento ancestral de cuidado. Para ellos el territorio no les pertenece: ellos le pertenecen al territorio.
Francisco von Hildebrand, Fundación Gaia Amazonas
El 70 por ciento del PBI de América Latina depende de manera directa de estos ríos voladores amazónicos, lo que se traduce en una función ambiental estratégica para la seguridad económica, humana, agrícola, energética, y ambiental, de todo el planeta y el continente. Entre un 15 % y un 25 % de las lluvias de la Mesopotamia y de los Andes se producen gracias a estos ríos voladores amazónicos.
Hay quienes ya hablan del «último río volador» debido a que de las tres partes de la Amazonía hay dos ya deforestadas y por lo tanto débiles: la parte sur (que provoca la falta de agua en San Pablo, por ejemplo); la parte central que está muy presionada y es un desafío sostener, y finalmente la parte norte, que es todavía la esperanza y la oportunidad de conservación dado que allí hay un alto nivel de conservación.
Los árboles son fábricas de nubes
El agua que da pie a este fenómeno viaja desde el Océano Atlántico transportando humedad desde la selva amazónica a través de las corrientes de aire y luego riega gran parte de Sudamérica en forma de lluvia.
La deforestación de la selva amazónica disminuye los efectos del paso de los ríos voladores, ya que impacta sobre el canal de vuelo de los vientos, el vapor de agua y a la absorción de energía solar. La reducción de árboles también reduce la capacidad del ecosistema de captar, retener y transpirar este vapor que la origen a los ríos que vuelan.
Menos superficie arbórea trae un cambio de paisaje que genera fuentes de agua superficial que, al no volver a la atmósfera, no puede circular y generalmente se pierde.
La otra gran amenaza y temible consecuencia de la deforestación es el fuego. Destruye estas «bombas de agua’ exponiendo el suelo en su máxima desnudez a las gotas de lluvia que se pierde y además por acumulación genera un ambiente desconocido para las especies que lo habitan.
¿Sabías que cada gota tiene su ADN?


Sí, cada gota de agua en las nubes tiene su propio ADN y a través de su análisis se puede identificar su procedencia.
Numerosos estudios coinciden en que la selva amazónica es responsable de gran parte de las lluvias que caen en Brasil, Bolivia, Paraguay y norte de la Argentina.
El cambio climático, el 40 % de deforestación y la apertura de la Amazonía profunda durante los últimos cinco años a la minería -arrojando, por ejemplo, altísimos niveles de mercurio en comunidades indígenas que no tienen tecnología– está poniendo en peligro un recurso vital que de seguir descuidado, en vez de regalar sus mantos de agua de lluvia a regiones aisladas, por acción del hombre, consigue el efecto contrario: grandes inundaciones y deslizamientos de tierras que se cobran , además, vidas humanas.