Hice toda la escuela primaria y secundaria en el Normal Nº 9 “Domingo Faustino Sarmiento”, de donde egresé con el título de Maestra Normal Nacional, uno de los que más atesoro en la vida, aunque nunca lo ejercí en la práctica.
En 1961, cuando estaba en primer año, viví los festejos del Sesquicentenario del nacimiento del prócer cuyo nombre llevaba el colegio donde me estaba educando (en todo el sentido de la palabra). De manera que si todo el país festejaba, nosotras las alumnas (el turno mañana y tarde era de mujeres en aquel entonces) festejábamos un poco más.
Será por eso que ahora, que es el tiempo del Bicentenario de su nacimiento, el 15 de febrero, y que empiezan las clases en todo el país, siento una nostalgia profunda de aquellas conmemoraciones, frente a la ausencia que hay de ellas hoy.
No creo que esto ocurra solamente por razones políticamente coyunturales. Creo que se debe más que nada al momento de gran dispersión y de separación que estamos viviendo los argentinos. Como en aquellos tiempos en que Sarmiento y su generación “pensaban” el país, estamos, también nosotros, en busca de un nuevo “modelo” para la Argentina.
Estoy convencida de que este “momento de decisión” tarde o temprano nos va a llevar a pensar en un país digno de sus próceres fundadores (Belgrano, Castelli, Moreno, San Martín, Sarmiento por supuesto, y también Mitre, Avellaneda…; cada uno puede agregar o quitar los nombres que quiera). Pero una de las cosas que más me gustaría es que se recuperaran ese entusiasmo y esa voluntad de ir para adelante, buscando siempre la excelencia, que caracterizaron a Sarmiento. Trajo maestras de los Estados Unidos, porque allí era, en ese momento, el lugar del mundo donde se impartía la educación pública más completa y moderna. Fue el primero que pensó en los edificios escolares como lugares llenos de luz, higiene y funcionalidad, y así mandó construirlos. Creó el parque Tres de Febrero, adelantándose más de 100 años a los conceptos de preservación de la biodiversidad con los que hoy nos manejamos.
Fue tanto lo que hizo pensando en esa Argentina del futuro, que resulta muy mezquino que se quieran reducir su memoria y su legado a dos o tres exabruptos dichos o escritos al fragor de las luchas políticas de su tiempo (Qué pasaría si, hoy, midiéramos a nuestros políticos contemporáneos con la misma vara. ¿Cuántos de ellos saldrían indemnes de ese juicio?).
El mejor homenaje que se le puede rendir a este gran educador (en esa palabra se encierran perfectamente todas sus otras facetas) es seguir su ejemplo de trabajo y de amor por el país y por las jóvenes generaciones, que siempre pueden superar a sus antecesores en inteligencia y calidad humana. Ahora nos toca a nosotros pensar “esa nueva Argentina”, solidaria e inclusiva.