El consenso científico moderno no considera a los virus como estructuras biológicas vivas y se refieren a ellos como organismos al límite de la vida; curiosamente, es desde ese lugar «ni» que el coronavirus hace temblar a la humanidad toda desde todos los ángulos posibles.
El coronavirus interpela la manera en la que hemos construido nuestro sistema de vida mostrándonos, sin anestesia, cuán vulnerables somos como especie. Pequeñísimo y veloz, el virus avanza utilizándonos como vehículos para su propia expansión y también de alguna manera poniendo en nuestra narices la posibilidad de aprender y no volver a hacer las mismas elecciones.
Interdependencia: la dependencia recíproca
Mientras tanto, nosotros los humanos nos encontramos de pronto con agendas detenidas, con campañas globales que nos invitan a quedarnos en casa, y nos vemos necesitados en muchísimos casos de redefinir el uso del tiempo.
¿Sabemos cómo usarlo? ¿Hace cuánto que no estábamos en casa, sin esa culpa social que nos invita a correr y correr? Porque ahora nos damos cuenta de que habíamos delegado la crianza de los hijos, el tiempo para estar con los amigos, el ocio propio y tantas otras cosas. Lo que hasta hace poco era importante, hoy no lo es.
El espacio virtual que nos da esa falsa sensación de proximidad ha quedado hoy en un segundo lugar; ahora nos vemos obligados al contacto directo, #EnCasa, con aquellos que son los miembros de nuestro círculo más íntimo, pero con los cuales no estábamos compartiendo ni la vida ni las emociones ni, simplemente, estar juntos y en silencio.
Pensar en uno mismo, sentirse un rock star por la cantidad de likes minuciosamente contados, tiene ahora un valor casi nulo: dependemos más que nunca de la suerte de quiénes nos rodean, de su decisión de cuidarse y de cuidarnos, porque de nada sirve acaparar alcohol en gel, guantes, barbijos… ¡o papel higiénico!
Este pequeñísimo y veloz virus, que ha instalado en la aldea global la infodemia –la proliferación en Internet de noticias sobre salud totalmente falsas o parcialmente incorrectas– y el síndrome de FOMO –del inglés fear of missing out, «temor a perderse algo»–, en realidad nos está advirtiendo que hemos construido otra Torre de Babel y otra vez nos estamos cayendo a tierra.
Es una buena oportunidad para leer los datos correctos –esos que nos hablan, por ejemplo, de mitigación de la curva– y para entender que nos estábamos perdiendo algo, sí, pero quizás lo más importante para un ser humano: estar consigo mismo y con aquellos que se quiere, de verdad.