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viernes, marzo 21, 2025
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Cuando el “cómo” es tan importante como el “qué”

“¿De verdad que suma el pequeño acto de cada uno?”, le pregunté al doctor Osvaldo Canziani hace algunos años. Contundente, su respuesta fue: “No sólo suma sino que es fundamental«. Lo que yo buscaba era un argumento sólido y que proviniera de un experto como lo es él, doctor en Ciencias de la Atmósfera y premio Nobel de la Paz 2007, galardón que obtuvo por su participación en el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) que fue el fundamento del trabajo del ex vicepresidente norteamericano Al Gore. Un argumento que fuera lo suficientemente contundente como para rebatir el “Bueno, yo podré cerrar la canilla y cuidar el agua, pero si no lo hacen todos no sirve de nada”. Comentario de café que tanto escuchamos y tanto decimos (¿hartos de estar hartos será?)

En una incansable pesca de conceptos inspiradores, hago pie en este recuerdo que atesoro (Canziani es uno de los científicos que más sabe de clima en el mundo) porque no deja de sorprenderme lo que nos cuesta darnos cuenta del poder que tenemos como individuos. Claro, es cierto que todo avanza tan rápido que casi no podemos detenernos a disfrutar los logros porque inmediatamente nos estamos ocupando de un nuevo problema. Y así vamos perdiendo la perspectiva del cambio que ya logramos. Rumiamos enojos por lo que no se hace y disfrutamos demasiado poco los avances constructivos, la innovación o el rescate de los buenos modos y maneras de hacer las cosas.

Somos consumidores , y cada consumidor tiene el poder de cambiar las cosas, de elegir y con su elección votar por el mundo que quiere. La cumbre de Río+20 puso de moda (afortunadamente) la pregunta «¿Qué futuro querés? «. Y el futuro se construye desde el hoy, desde el ahora. No desde el pasado, no sufriendo o festejando hoy por el mañana incierto. El futuro es hoy.

Y si revisamos rápidamente el poder que tiene el consumidor nos encontramos con que, cuando los consumidores advirtieron que el packaging de los productos que compraban no podían ser simplemente basura, su presión cambió el hábito de los empresarios. Así, en 1969, nació el sello que identifica a quiénes se comprometieron con el reciclado.

“Basta de CFCS en nuestros productos o no los compramos”, dijeron muchos, y así en 1973 se crea el sello que identifica a los que entendieron el mensaje.

Un día, la sensibilidad de los consumidores (nosotros) no toleró más que sus productos de belleza entre tantos otros fueran probados antes en animales. Lo que primero pasaba desapercibido fue un día una aberración y en muchos países es inadmisible que los productos no ostenten el sello creado en 1989, que identifica a quiénes no lastiman a seres vivos en pos del lucro.

En 1990, fue el sello de productos orgánicos el que empezó a identificar a los alimentos que no contienen pesticidas ni químicos, cultivados en tierras sustentables y que garantizan la seguridad para quien los consume. Esto no fue suficiente cuando empezó rodar la pregunta de qué había detrás de la cadena de valor. Este proceso lleva años de maduración y debate pero desde 2002 existe una certificación : Fair Trade o Comercio Justo, que identifica a productos (cualquiera sea su tipo) hechos cuidando su cadena de valor, sin mano de obra esclava o trabajo infantil, y priorizando que el productor que comienza la cadena cobre un monto lógico y justo, que tenga relación con el precio final de venta.

En 2011, organizaciones de la sociedad civil y corporaciones se unieron para promover una vuelta más de tuerca al plantear que ya no es suficiente contemplar todo lo anterior sino que es hora de focalizar en cómo se hace un producto y entender que el ingrediente más importante de cualquier producto es la energía con la que está hecho. “Es tiempo de elegir productos hechos con procesos de energías limpias y renovables”, dicen en WindMade (hecho con el viento), la primera etiqueta de certificación mundial que identifica a los bienes y servicios hechos con energía eólica en su proceso de producción.

Estamos en tiempos complejos en los que llevar adelante un emprendimiento no es fácil. Los obstáculos son muchos y a esto se suma una nueva generación de consumidores jóvenes que, quizá frustrados por los descuidos de las generaciones de adultos que hipotecaron el medioambiente persiguiendo lucro y más lucro a cualquier costo, ahora conocen estos estándares y su uso es moneda corriente en los países desarrollados.

Se puede

Casi con timidez, bien escrito, sin demasiados bombos y platillos llegó a nuestra redacción un e-mail anunciando que una empresa danesa, fabricante de audífonos con sede en la Argentina fue la primera en el mundo en lograr la certificación WindMade en su casa central de Copenhague. Dinamarca tiene como objetivo ser totalmente funcional y ecológico, y evitar por completo el uso de combustibles fósiles.

¿Qué relación hay entre audífonos para hipoacusia y el medio ambiente? Bueno, una relación íntima diría yo (y los daneses ya lo sabían). La misma relación que tenemos todos en este barco común llamado Planeta. Me contacto con la casa central en Dinamarca y tras un ida y vuelta de correos descubro la misma respuesta que me dio Canziani: “El futuro que queremos es producto de las pequeñas decisiones de cada uno».

Andrea Mendez Brandam
Andrea Mendez Brandamhttps://andreamendezbrandam.com/
Periodista y conductora especialista en sustentabilidad y regeneración. Consultora empresarial especializada en Comunicación Estratégica de Impacto Regenerativo.

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