La pantalla muestra a una señora mayor que grita enfurecida a quien quiera oírla que no piensa cumplir la ley. A partir de eso ocurre algo maravilloso: se «abre un debate» en la sociedad que ocupa lugar protagónico en los medios sobre si la señora que supo levantar la bandera de los derechos humanos es una perseguida política o una sospechosa de hurto y malversación de fondos.
Pero lo obvio casi no ocupa lugar. Lo obvio es que junto a ella hay legisladores que la apoyan. Sí, los señores y señoras que supimos elegir para hacer y hacer cumplir las leyes estuvieron ahí en una clara demostración de desequilibrio.
¿Cómo se neutralizan los extremos? Buscando el equilibrio que primero hay que desear tener. Y hoy más que nunca vale la pena soñar que es posible lograrlo: la Argentina es hoy un escenario de oportunidades que requiere navegarse en aguas más tranquilas a las que estamos acostumbrados. Estaría bueno minimizar las torpezas y decidir hacer las cosas bien de una vez, explicando los costos, apelando al sentido de realidad.
Nadie puede ni debe estar por encima de la ley. Si la ley no nos gusta tenemos los mecanismos para modificarla (mecanismos que hemos elegido como ciudadanos).
Por suerte, para no deprimirme, recurro a la memoria y agradezco haber tenido tantos buenos maestros de periodismo que siguen en el recuerdo aportando sensatez al pensamiento. El doctor Julio Gancedo, por ejemplo, fue uno de ellos. Atento e inagotable profesor de Derecho en la UCA, demostró que cultura y televisión no son incompatibles. ¿Qué diría hoy frente a este espectáculo? Impulsor de la cultura hermanada al entretenimiento, exposiciones como las de estos días eran lo que llamaba «polución electrónica». Secretario de Cultura de la Nación, se paraba frente a la clase tiza en mano y dibujaba sus famosas tres columnas con una raya encima. «Cumplir las leyes nos ordena como sociedad. Estos son los tres Poderes del Estado, siempre tienen que ser fuertes e independientes. Arriba está todo lo demás», repetía y repetía.