jueves 23 de March de 2023

Opinión


El relato: ¿por qué Platón lo detestaba?

Tiene vigencia en el mundo occidental actual, y constituye y constituyó una moda: la opinión es elevada a paradigma con ligereza y facilidad


Platón se manifestaba en contra de la doxa u opinión común (lo que hoy llamamos el relato), opuesta al episteme o conocimiento verdadero

El relato era la doxa de la época post socrática, la que era despreciada por Platón. ¿Por qué? Porque contrariamente a la episteme (el conocimiento objetivo, empírico y científico) de la Grecia clásica, la doxa se caracterizaba por lo subjetivo, por eso es traducida como “opinión”.

Las familias ricas de Atenas solían contratar pseudofilósofos, quienes solamente estaban entrenados en la palabra, para visitar sus casas y, frente a amigos y familiares, desplegar su relato como una exposición instrumental de una pieza musical. Era una moda.

El relato no es realidad, sino la historieta inventada para crear una realidad virtual. El relato, que tiene vigencia en el mundo occidental actual, constituye y constituyó una moda: la opinión es elevada a paradigma con ligereza y facilidad. El paradigma puede entenderse como la creencia colectiva que adquiere más de las veces un rigor y valor por encima del conocimiento y por encima de la ley. Hoy escuchamos “El nuevo paradigma es…” y con ello pareciera ser que elevamos el paradigma en cualquier terreno que fuere, rápidamente, a verdad consabida y objetiva.

Los periodistas –en buen número y en el amarillismo sobre todo– opinan como si fueran políticos, psicólogos, sociólogos, abogados o filósofos. Los políticos, también en buen número, opinan como periodistas, sociólogos y filósofos. Los abogados –¡en buen número!– tuercen con su relato el positivismo (norma objetiva) hasta convertirlo en verdad pura, opinando como psicólogos, filósofos y jueces.

Todos aquellos que se enamoran y eligen el camino del relato tienen un patrón común de pensamiento, la doxa griega, alrededor de la cual pivotean sus opiniones como si estuviéramos ante la expresión viva de la episteme, el conocimiento objetivo o científico, más precisamente, la reflexión derivada de la razón. Y así crean fantasía en un marco de mentira.

El relato es relato, es el cuento y la historieta que ponemos a las cosas, mientras que el conocimiento proviene de la mayéutica (creación socrática), ese método de discusión a través del cual las preguntas llevaban a la revelación de las diferentes posturas en elevadas discusiones que develaban el saber. La independencia intelectual contenía belleza, virtud y tendía hacia el descubrimiento del bien.

El amarillismo, en todos los terrenos, es negativo, no es bello, no es virtuoso y no desea el bien; solamente quiere vender y vende. 

La opinión del político es muchas veces amarillista, no es virtuosa. Por encima del bien común concreto, busca en la imaginación de los gobernados lograr la concreción de sus apetitos para lograr la felicidad, creando una realidad virtual. La votación de los proyectos legislativos sin discusión y como una adhesión automática, es la expresión más clara de la incapacidad mental, cultural y la adoración de la doxa, que está en la creación de un líder glotón de narcisismo y poder.

Decía el gran filósofo español, Julián Marías, discípulo de Ortega y Gasset: «Hace mucho tiempo que vengo sospechando… que la forma suprema de la filosofía es aquella en que esta viaja de incógnito y sin usar –o muy discretamente– su nombre y atributos. Es decir, aquella en que simplemente funciona, actúa, vive, se aplica a aquello para lo cual nació: entender la realidad».

¿Cuál es la realidad? ¿Qué es esa aclamada única verdad? Mientras esté basada en la virtualidad del relato, no sabremos distinguir entre realidad virtual y real. La realidad virtual, el deseo en el relato, forma parte de la ficción que es tejida en torno a la felicidad humana que nunca es completa, pero sin embargo el hombre necesita creer frente a su casi permanente descontento.

La comprensión o entendimiento de la realidad comentada por Marías está en la presencia de la discusión filosófica, con discreción, casi de incógnito, con belleza, con ética, con respeto, haciendo gala de su humildad y virtuosismo.

El relato nos hace creer que la felicidad depende de una época, de un país, de los mismos políticos, de una ideología, de recetas que sostienen poseer en sus manos, y no de los valores platónicos de la estética, la ética, la belleza, las que se pierden en la extensión de la deshonestidad como plaga de la corrupción: en la avidez de una riqueza rápida sin el fruto de una vida de trabajo, nos diría el filósofo español.

La opinión, la doxa, se pierde en el subjetivismo proveniente de la emocionalidad y de la hipersensibilidad que distingue al relato. Un maestro oriental me enseñó que “un poco de emoción está bien… pero no tanto”. Es que en lo extremadamente sensible se pierden en el relato los valores, y entre los viejos oradores de Zeus, la grieta puso al relato y al verdadero desafío del conocimiento en veredas enfrentadas. 

La ficción, el relato, como parte de la metafísica humana, juega y baila en torno a la felicidad del hombre siempre buscada, y se aprovecha de su descontento existencial. El relato es una creación imaginaria de una realidad feliz que se esfuma rápidamente, y sin embargo, el hombre se ata a esa fantasía encontrando un nudo que no puede desatar y se frustra ante la imaginada felicidad que no logra alcanzar.

En su obra Político, explica Platón que el poder necesita un especializado conocimiento para gobernar correcta y justamente, no a través de la doxa. Los políticos de la Grecia clásica en buen número, daban la apariencia –en la visión de Platón– de poseer ese conocimiento cuando en realidad eran sofistas o imitadores. Cualquier similitud con nuestra realidad es solo apariencia.