Hubiera sido un tema para Jorge Luis Borges y sus cuentos sobre el tiempo. Contemporáneamente con lamentables hechos de violencia ciudadana –los incidentes en el encuentro Boca-River que impidieron que se jugara la final de la Copa Libertadores–, la tardecita porteña de sábado se prestaba para recorrer y asistir a una visita guiada al depósito del Museo Etnográfico Juan B. Ambrosetti, Moreno 350, en el barrio de Monserrat.


En el hall de recepción, a la mano derecha, ya la interculturalidad se apodera del visitante: un altar budista de la secta Jodo-shinsú, encargado especialmente a Japón por Ambrosetti (con algunas peripecias en el medio), comparte amablemente las paredes rojas y el primo cartello del espacio con unos muy bellos modelos de cabezas de aborígenes norteamericanos, tomados del natural, que ingresaron al museo en 1908, por un canje con el Museo Americano de Historia Natural de Nueva York. Parte de las colecciones exóticas del Museo, se advierte, ingresaron por canje con instituciones de todo el mundo y, a su vez, el Museo Etnográfico enviaba piezas arqueológicas del Valle de Santa María, La Paya y Humahuaca.
A la mano izquierda, el otro gran espacio está ocupado por la cultura andina: los dos trajes de Danzantes que se exhiben se compraron a un comerciante de La Quiaca. Son dos piezas excepcionales y muy lujosas por el uso de la plata; son, también, los únicos trajes completos que han logrado sobrevivir con su formato original, lo que los transforma en verdaderos tesoros irreemplazables, cuya supervivencia está garantizada por la existencia misma de nuestro Museo Etnográfico.


La exposición permanente comienza en el vestíbulo, cuando, a la derecha, se abre como una entrada al Laberinto de la Historia, que desemboca en una gran sala dedicada a varios temas: la Utopía, la Ciencia, la Ocupación, más algunas reflexiones destacadas: por ejemplo, «Curiosa paradoja la de Occidente, que no puede conocer sin poseer y no puede poseer sin destruir» o «¿Dónde están los hombres que corrían como guanacos? ¿A dónde se fueron las mujeres que cantaban como pájaros? (Lola Kepja)».


La visita al depósito del Museo Etnográfico es emocionante. No se permite tomar fotos y hay que confiar en la memoria para retener toda la información que brinda la guía, egresada de la carrera de Antropología de la FyL-UBA y con diez años de trabajo e investigación en ese ámbito. Durante casi una hora, el visitante comprende el valor de poder recorrer el depósito y entender cómo se fue formando la colección del museo, integrada por muchísimas piezas de distintas culturas provenientes de los cinco continentes. Los dos rewes mapuches –el rewe es un tronco escalonado, con valor sagrado y desde donde la machi lleva a cabo el ritual de sanación–, la canoa de totora de los indios uros, un biombo de barbero digno de las Mil y Una Noches, un dios maorí, vasijas del norte argentino y máscaras –al fondo, confundidas unas con otras en amable convivencia, desde la Polinesia hasta Campo Durán, en Salta–, muchos, muchísimos tesoros para conocer, apreciar y ayudar a conservar.
Nada valió tanto esa tarde de sábado como visitar el Museo Etnográfico Juan B. Ambrosetti: una de las muchas realidades de la Argentina que mejor nos representan, aunque no siempre se la estime en su justo valor.
+ INFO: www.museoetnografico.filo.uba.ar; info.museo@filo.uba.ar: en Instagram y Twitter: @EtnoBA, abierto de martes a viernes, de 13 a 19 horas, y sábados y domingos de 15 a 19 horas