lunes 17 de febrero de 2020
«Mujercitas», una nueva versión para cine y el placer de releer a un clásico
La historia de Meg, Jo, Beth y Amy March sigue siendo, 150 años después de su creación, tan poderosa y encantadora como cuando Louisa May Alcott la escribió

De los 7 a los 8 años leí y releí Mujercitas, de Louisa May Alcott, fácilmente unas 20 veces. Pero no fue solo Mujercitas, sino casi todos los otros libros de Alcott que había publicado la colección Robin Hood (¡bendito nombre para las que fueron durante mucho tiempo lecturas de infancia y adolescencia!): Hombrecitos y Los muchachos de Jo –es decir, la continuación de las historias de Jo y la familia March–, y Ocho primos, Rosa en flor, Una guirnalda de flores, Bajo las lilas y Jack y Jill. Hasta ahí llega mi memoria y, probablemente, las ganas de mis padres de seguir alimentando la voracidad lectora de las niñas de la familia.
De manera que, después de haber visto la Mujercitas de Greta Gerwig, una nueva versión para el cine de la historia de las cuatro hermanas March –Meg, Jo, Beth y Amy–, ameritaba una relectura del libro, pero esta vez en su versión original y completa (tal y como se editó en EE. UU. entre 1868 y 1869), que acaba de publicar Penguin Ramdom House, con prólogo de Gloria V. Casañas. Una sabia decisión lectora: para Casañas, escritora argentina de ficción histórica y novelas románticas, «si leer es sagrado, releer es divino. Es en las segundas y terceras lecturas cuando cae el velo que nos revela el fondo del relato».

Volver a leer Mujercitas después de tanto tiempo lleva a sacar algunas inevitables conclusiones. La primera, comprobar que su encanto permanece intacto, como ocurre con todos los clásicos literarios, también los juveniles; la segunda, que los capítulos suprimidos, los términos dulcificados y las reflexiones de la autora eliminadas de la versión original –escritos «para destacar lo que se consideraba entonces el paradigma de lo femenino», como se aclara en la Nota del Editor–, que no estaban en nuestra vieja edición Robin Hood, no necesariamente agregaban fuerza y calidad a la trama, sino más bien todo lo contrario. La tercera, que transitar otra vez la conocida historia permite entender el porqué de su trascendencia en estos tiempos, como hace 150 años.
Ahora que se discute el «amor romántico» y que la independencia económica de la mujer es un hecho, ni Meg, la hermana mayor de Jo, ni Amy, la hermana menor, están anacrónicas o fuera de lugar (una elige a un hombre pobre, John Brooke; la otra, al rico y querible Laurie). Esas dos versiones bastante diferentes de mujer tienen sus buenas razones para decidir qué es lo que quieren, lo mismo que la verdadera protagonista del libro, Jo March. En la película de Gerwig, el comienzo encuentra a Jo dando un paso decisivo hacia su futuro como escritora, antes de enfrentarse por primera vez con un editor para sus cuentos; en el final, está «la obra de su industria» –como habría escrito Sarmiento–: el libro Mujercitas, su primer libro, hecho realidad.
Louisa May Alcott fue una extraordinaria escritora, que sabía muy bien cómo dar una estructura perfecta a sus historias y dotarlas de un encanto que aun hoy se aprecia. Sus personajes siempre fueron niños y niñas o adolescentes muy jóvenes que iban creciendo y enfrentando las vicisitudes de la vida rodeados de mucho amor familiar para contenerlos y enseñarles cómo proceder. Probablemente, dentro de 20 o 25 años, algún otro director o directora de cine quiera hacer también su propia versión de Mujercitas. Ojalá, porque valdrá la pena ver qué lectura se haga entonces.