A Martín Caparrós se lo conoce y reconoce como prestigioso periodista especializado en crónicas de viajes, y prolífico narrador y ensayista, pero a partir de Todo por la patria, sus lectores esperarán además, y con cierta ansiedad, que esta novela policial, un thriller histórico (así lo caracteriza la contratapa del libro, pero es mucho más), sea la primera entrega de una larga serie de aventuras del Pibe Rivarola, su protagonista.
El título no es casual. Para Caparrós la idea de patria es «una idea paranoica». El año pasado, en una de sus crónicas para NYT en español, escribió: «La patria es una idea paranoica -funciona en referencia a una amenaza externa- y la paranoia siempre vende bien. Es fácil entusiasmarse con la patria. Es fácil imaginarnos distintos de los otros; es fácil imaginarnos mejores que los otros». Tampoco es casual el marco histórico elegido: año 1933, en una Argentina todavía bajo las consecuencias políticas del golpe de Estado de Uriburu de 1930; con una ciudad de Buenos Aires llena, como siempre, de contrastes: entre el lujo y la pobreza, el hambre, los negocios sucios y la corrupción. Y el fútbol, que ya tenía sus estrellas, como Bernabé Ferreyra, personaje que involuntariamente desencadena la «investigación» detectivesca sobre la muerte de una chica de sociedad, investigación que el Pibe Rivarola desarrolla con bastante ineptitud y mucha suerte.
No podía faltar otro ingrediente fundamental: el periodismo, encarnado en el mítico diario Crítica, de Natalio Botana, que inauguró un estilo que oscilaba entre el amarillismo y la denuncia fácil, y que aquí es el marco ideal narrativo para este policial paródico. Tampoco está ausente el «villano», en este caso un villano con todas las letras: Manuel Cuitiño, dirigente del club River Plate y hombre ligado al negocio de la carne, que resulta, finalmente, un malo interesante y muy gracioso, especie de némesis de este Pibe que intenta infructuosamente ser letrista de tango (podríamos decir que toda la prosa de Caparrós adquiere aquí un tono canyengue, que le sienta muy bien a la trama).
Hay un recorrido delirante por la ciudad, que hacen en pocos pero intensos días Rivarola y su adlátere y musa, la pelirroja Raquel Gleizer, y cuyo seguimiento por parte del lector le sirve a Caparrós para desplegar lugares «comunes» de la porteñidad, la introducción de situaciones y personajes reales -por ejemplo, un joven Jorge Luis Borges, más molesto que buen poeta-, como la punta del iceberg de una reflexión sobre la «patria» y la política argentina, y también una lectura crítica de la sociedad, de la que el género policial, hoy revalorizado con justicia, es uno de los mejores exponentes.
Como en los folletines y en los cómics, esta novela termina con un (continuará…), una promesa de que el Pibe Rivarola tiene mucho camino por andar. Sería de desear que se concrete, porque la ironía y la lucidez de Martín Caparrós, en esta práctica del castigat ridendo mores, son como siempre muy bienvenidas.
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+ INFO: Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) empezó a trabajar en periodismo en la Sección Policiales del diario Noticias, en 1973. Vivió en Madrid, Nueva York y Barcelona; hizo periodismo en gráfica, radio y televisión; dirigió revistas de libros y revistas de cocina; tradujo a Voltaire, a Shakespeare y a Quevedo; recibió la beca Guggenheim, los premios Planeta y Herralde de novela, los premios Tiziano Terzani y Miguel Delibes de ensayo, los premios Rey de España y María Moors Cabot de periodismo; plantó un limonero, tiene un hijo y ha publicado unos treinta libros, en unos treinta países. Los últimos son la novela La Historia, el ensayo El Hambre, las crónicas de Lacrónica.