viernes 27 de julio de 2018
«El nervio óptico», inmersión en la vida y en la pintura de la mano de María Gainza
Esta novela fue editada por primera vez por Mansalva en 2014 y ahora, reeditada por Anagrama, será traducida a 15 idiomas

«En la distancia que va de algo que te parece lindo a algo que te cautiva se juega todo en el arte», define María Gainza en El nervio óptico, su primera novela, editada en 2014 por Mansalva y que ahora reeditó Anagrama, y a punto de ser traducida a 15 idiomas.
La historia de este libro tiene características tan excepcionales como los hechos que en él se cuentan. Saltar de la secta a la tribu y de allí al mundo como es su caso habla de que lo que aquí se escribe puede tener resonancias insospechadas en un arco muy amplio de lectores. La prueba es que cuando El nervio óptico agotó la primera edición llamó la atención de una editorial internacional que siempre se caracterizó por tener un fondo editorial atípico y selectivo.
La novela de Gainza entra y sale constantemente del mundo propio, muy personal, autobiográfico, hacia el otro, mucho más amplio pero también original, el mundo del arte, de los artistas plásticos y de las obras de arte que la autora va seleccionando para contar su propia historia. Y ese deslumbramiento que experimenta ante algunas en particular –pocas veces son las «consagradas» por los críticos de arte y el público que se deja guiar por esos críticos– le da pie para entretejerlo con hechos fundamentales de su vida, en una prosa coloquial y delicada, cotidiana, que usa para reflejar lo que es extraordinario.
El curso de un embarazo, la muerte de un hermano que siempre estuvo lejos, una enfermedad muy seria, las complicadas relaciones con la familia y los amigos aparecen en la trama como acechando a la protagonista. Y en cada ocasión, la posibilidad de salvación está muy cerca, a la mano, inesperadamente, en esos museos de la vecindad, museos locales que surgen como islas u oasis en los que refugiarse para empezar a comprender por qué pasa lo que pasa, con una mirada y una explicación viscerales que generosamente brindan las obras de arte.
María Gainza, de una manera sutil y luminosa, hace que el lector sucumba a su narración como en un encantamiento que va más allá del tiempo real de la lectura de su novela. Pocos escritores lo logran hoy tan cabalmente.