Está consensuado que la moda, tal como hoy la conocemos, nació a fines del siglo XVIII junto con la Revolución Industrial y el desarrollo masivo de la industria textil. La fabricación de telas y prendas ha alcanzado su máxima expansión motorizada por la llamada Fast Fashion o moda rápida, y el consumo del descarte (ropa de menor calidad para usar y tirar). En los últimos tiempos, se ha multiplicado su producción, y se pasó de producir para dos temporadas a producir para más de seis, es decir, para ofrecer cada dos meses nuevas piezas y tendencias a un consumidor que tira la ropa en la mitad del tiempo que hace 15 años. Y solo el uno por ciento se recicla.
La industria textil es, además, la segunda más contaminante del planeta después de la del petróleo, según evaluaciones de las Naciones Unidas. De acuerdo con una publicación de la revista Nature (ver https://www.nature.com/articles/s43017-020-0039-9), la industria de la moda tiene un impacto de más de 92 millones de toneladas de desechos producidos por año y 79 billones de litros de agua consumidos. Tintes, materias primas que incluyen algunos tipos de plásticos o provenientes de tierras o animales sobreexplotados, el abundante uso del agua y el descarte final de su enorme producción mundial convirtieron a la industria textil en enemiga principal de la salud del ambiente.
En paralelo se ha generado un movimiento de revisión y reconversión dentro del sistema de la moda que motoriza el camino hacia la Economía Circular y la sustentabilidad. La misma moda que ayudó a llegar a este alarmante estado de cosas retoma ahora el camino de la ética, la regeneración y la cadena de valor justo y transparente. El empuje, sin embargo, no surge tanto de la industria textil misma como de los jóvenes diseñadores.
Vientos de cambio en la industria textil
El 20 de mayo último se abrió el plazo para presentar las candidaturas al Premio Tom Ford a la Innovación con Materiales Plásticos. La iniciativa del popular diseñador norteamericano se realiza en colaboración con Lonely Whale, la organización ecologista de Adrian Grenier y su órgano consultor 52HZ. Se trata de una competición que busca incentivar a diseñadores, manufactureros e inventores para desarrollar una alternativa al film plástico que sea biodegradable, económica y de uso potencialmente extensivo. El premio consiste en 1,2 millones de dólares, además del apoyo de los inversores del premio para llevar el producto al mercado antes de 2025.
Ya no sorprende que esta iniciativa esté ligada al nombre de una estrella de la moda internacional. Los valores están cambiando, el lujo tradicional y la frivolidad dan paso a otros criterios. Por ejemplo, el Premio LVMH (acrónimo de las empresas Louis Vuitton y Moët Hennessy) para Jóvenes Diseñadores de Moda siempre envía un claro mensaje de justicia social y sustentabilidad a la industria. El año pasado, entre los finalistas figuró la marca Nous Étudions, de la diseñadora argentina Romina Cardillo, que trabaja sin imposiciones de género ni contaminantes del medio ambiente, diseña prendas veganas confeccionadas con biomateriales producidos en laboratorios y está comprometida con el slow fashion.
¿Qué hay en mi ropa?
“Fashion Revolution nace en Gran Bretaña en 2013, creada por Carry Somers y Orsola de Castro. El derrumbe del edificio Rana Plaza, en Dhaka Bangladesh, en donde trabajaban 1138 personas en una fábrica textil, las impulsó a esta iniciativa. Plantearon una simple pregunta: “¿Quién hizo mi ropa?” Hoy las preguntas a la hora de comprar son tres: ¿quién hizo mi ropa, en qué condiciones de trabajo y de qué está hecha?”, sostiene la diseñadora Jesica Pullo, representante en la Argentina de la ONG Fashion Revolution y creadora de la marca local Biótico Sustentable (ver https://noticiaspositivas.org/fashion-revolution-argentina-lanza-una-convocatoria-para-disenadores-marcas-y-artesanos/).
Una buena respuesta a esta última pregunta la da la experiencia que tuvo lugar en la provincia de Chaco, con el nombre qom No Oxonec, de cuya visibilización participaron la Cooperativa Entretejidas y la marca Kalu Gryb en 2019. “Para nosotras, la prenda fue una excusa, lo importante fue la causa”, asegura Mariana Acevedo diseñadora y socia de Karla Gryb.
La Red de Salud Popular Ramón Carrillo comprobó hace unos 15 años que la comunidad originaria qom de Pampa del Indio, Chaco, se enfermaba de cáncer y otras dolencias producto de las fumigaciones con agrotóxicos de las plantaciones vecinas. Una vez que lograron la prohibición de fumigar a menos de 600 metros de las casas, la Fundación y el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) apoyaron y capacitaron a esta comunidad para plantar algodón criollo (no transgénico) con técnicas agroecológicas.
En media hectárea lograron una primera cosecha de 300 kilos en 2018. El proyecto nació con el nombre de No Oxonec que en lengua qom significa “algodón de frontera”, porque llega hasta los límites de la estancia que planta cultivos transgénicos y fumiga con agrotóxicos. Con una desmotadora no contaminada por algodón fumigado, la participación de una hilandería y una tejeduría se lograron los primeros textiles. “Allí nos pusimos la causa al hombro para visibilizar a través de un desfile y de las prendas toda esta problemática. Presentamos una línea llamada Origen dentro de la marca, y fuimos un poco más allá de la sustentabilidad. Esto es diseño regenerativo: sanás el suelo y mejorás el entorno”, explica Acevedo.
“Fuimos a visitar a las familias productoras y nos contaron que cultivan menos de una hectárea para poder controlar las plagas, pero el rinde es mucho mayor al de un algodón que recibe plaguicidas, y la cantidad de agua utilizada, mucho menor. El entorno fue cambiando, ahora hay mariposas y colibríes. Han podido plantar sus huertas, tienen sustento y están trabajando. También nos contaron que, después de la cosecha, tuvieron una segunda floración, algo inusual. Allí conocí por primera vez el algodón marrón, una variedad de la semilla Guazuncho. La industrialización hizo que usáramos algodón blanco para después poder teñirlo. Estas familias ahora son cuidadoras de las semillas que les proveyó el INTA y que no están modificadas genéticamente”, resume la diseñadora chaqueña.
Después de la primera colección de 23 prendas en 2019, ahora esperan que las comunidades –que han ido creciendo, incluso con el agregado de familias de la provincia de Formosa– puedan encontrar hilandería para la cosecha de 2021 que ya se realizó.
Los que adhieren al upcycling
Simplificando, se puede decir que el upcycling es un neologismo formado en inglés por los conceptos de reciclar (recycling) y mejorar lo que ya tenemos (up). Más allá de que esta práctica se usa en colecciones cápsula o en algunas prendas de marcas importantes en el exterior (ya en los años 90 el creador Martin Margiela comenzó a emplear el sistema), en la Argentina tanto diseñadores profesionales como emprendedores apoyan la segunda vida de las prendas tanto para restringir el consumo como para limitar los desechos de la industria textil.
Catalina Rautemberg, responsable de Casa Rautemberg, quien fue modelo de trayectoria internacional, participó en televisión en el reality Proyect Runway Latinoamérica y hace ya varios años que se dedica a la docencia y al diseño de su propia marca. Desde sus primeras colecciones utiliza prendas recuperadas y tintes naturales para lograr los colores de la región de Traslasierra, Córdoba, donde nació y ha vuelto a radicarse porque allí ve grandes posibilidades de formar un polo de moda sustentable.
“Habitualmente, recuperaba prendas en el Cotolengo, pero como ya me conocen todos me acercan ropa espontáneamente. Mi maison debería llamarse “almacén Rautemberg”. Ahora uso de todo: seda natural, jeans engomados, media sombra, lúrex. Hace un tiempo, unos albañiles hicieron refacciones en mi local y dejaron ‘olvidados’ un par de jeans manchados de cal y un trapo de limpiar la pintura”, cuenta la diseñadora de Villa Dolores. Claramente eran objetos para tirar a la basura. Pero terminaron convirtiéndose en una pollera de cintura alta con tablones encontrados y la aplicación del trapo descartado. “Una falda intervenida por la vida”, bromea Rautemberg.
En Ramos Mejía, provincia de Buenos Aires, tiene su sede Carola Cornejo Sustentable, una marca donde cada una de las áreas está pensada para que sea sustentable: desde quiénes trabajan, cómo se gestionan los descartes, quiénes son los proveedores, cómo se vende y qué se diseña. Conoció a sus costureras a través de la relación con la Fundación Mediapila y la ONG Cosiendo Redes en donde forman a las mujeres en el oficio de la costura. La emprendedora que da nombre a la marca diseñó su local con respeto al medio ambiente y conservó los árboles que crecían en el predio.
“Utilizo mucho la técnica del patchwork, con descartes muy pequeños en muchas prendas. El collage textil es otra técnica que me permite usar pedazos más chiquitos y superponerlos. En el collage vamos armando composiciones nuevas. Por ejemplo, sobre una hoja de gasa aplico encaje, perlas, todo lo que voy encontrando. Si sumamos esos recortes son un montón de kilos que se hubieran descartado en rellenos, o tirado a los ríos”, reflexiona Cornejo, quien ha certificado su marca como vegana por lo que no utiliza ni seda ni cuero.
La importancia de la comunicación
Los jóvenes diseñadores formados con los conceptos de defensa del ambiente no siempre están acompañados por un fenómeno similar del lado del consumidor que busca en primer lugar precio y estética. La comunicación de los valores es fundamental.
“En la etiqueta de cada prenda nuestra está detallado el impacto ambiental que generó. Cuando vendíamos en la feria teníamos el contacto directo con el público y veíamos cómo la gente se quedaba leyendo la información de qué pasa con el aire, el agua, la tierra y la energía que involucra la fabricación de una prenda, aunque no la compraran. Nosotros damos esa información. En algunos casos, entiendo que esa misma información debe estar deliberadamente oculta porque no es positiva. En nuestro caso la comunicamos porque es una de las razones por las que queremos que elijan nuestras prendas”, asegura Florencia Dacal, creadora junto con su hermana Lola de la marca sostenible Somos Dacal. “No se trata de ocultar la huella de carbono que toda actividad humana genera, sino de visibilizarla para poder reducirla y fomentar la responsabilidad individual. Vestirnos de forma responsable es necesario en un mundo en emergencia”, resume la emprendedora con sede en Buenos Aires y Rosario, que también brinda capacitaciones en la temática de Economía Circular en la moda.
«No se trata de ocultar la huella de carbono que toda actividad humana genera, sino de visibilizarla para poder reducirla y fomentar la responsabilidad individual. Vestirnos de forma responsable es necesario en un mundo en emergencia»
Florencia Dacal, de Somos Dacal
“El camino de la sustentabilidad va a ser la norma y no la excepción”, asegura Luciana Báez, creadora de Luma Báez. “Presenté un proyecto para recuperar los descartes textiles que se producen en el municipio de Avellaneda y hacerlos circular dentro de los emprendimientos locales de la Economía Social, utilizándolos como recurso. Con el apoyo del Consejo de Economía Social del municipio ya estoy dando un curso de capacitación a las 50 personas que se anotaron en Trabajo Textil y Economía Circular. En el municipio ya existe una propuesta local llamada Avellaneda Recicla que promueve la recolección diferenciada de descartes en los Puntos Verdes. El próximo paso es una campaña para recibir en esos mismos puntos los descartes textiles que les quedan en la mesa de corte a los fabricantes. El textil es un residuo seco, como el cartón o el tetrabrick, y está contemplado para ser recuperado pero hasta ahora no está ocurriendo. En 2019, también di cursos de Moda Sostenible en la Escuela Argentina de Moda (EAModa) a alumnos becados por el Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Entonces, decidí en mi plan de negocios dar estas clases a alumnos que no paguen por ello, es decir, compartir mis conocimientos a través de entidades, escuelas u organismos que no cobren a los alumnos por aprender y recibir estas herramientas de trabajo”, dice Báez.
«El próximo paso es una campaña para recibir en esos mismos puntos los descartes textiles que les quedan en la mesa de corte a los fabricantes. El textil es un residuo seco, como el cartón o el tetrabrick, y está contemplado para ser recuperado pero hasta ahora no está ocurriendo»
Luciana Báez, de Luna Báez
Comprar menos, reparar más: segunda vida para la ropa
Dentro de la estrategia de las tres R (reducir, reciclar, reutilizar) para minimizar el impacto ambiental, en el mundo de la moda está utilizar parches para arreglar una prenda que se ha roto.
El zurcido y el remiendo son parte de los saberes que se han ido perdiendo pero que, en virtud de una tendencia reciente, reaparecen con fuerza en la estética de los jeans y en la demanda de un público que quiere reciclar su propia ropa. Pero vuelve bajo el nombre más glamoroso de “visual mending” o remiendo a la vista.
Loli Hernández, artista textil y profesora de bordado, asegura que la tendencia, que se ve mucho en los jeans, viene del “boro”, una ancestral técnica artística y decorativa japonesa y también de las tradiciones europeas, en particular la práctica inglesa del “quilting” (usado en los acolchados) de remendar la ropa en épocas de escasez. “El interés por el bordado viene de bastante antes de la pandemia. Yo propongo hacer el parche aprovechando buenas telas de camisas viejas y teñir los retazos con té, café, romero, hojas de acer, y aplicarlos con un bordado. Para el mending se usa mucho el clásico hilván incluso como telar, como una grilla, o el punto cruz. Una segunda vida para la ropa”.
Hace alrededor de 15 años, Raquel Gorospe, exmodelo que hoy trabaja en Relaciones Públicas vinculadas a la moda, decidió comprar lo mínimo indispensable en indumentaria y accesorios. La decisión la tomó a raíz de una mudanza, cuando pudo contabilizar la enorme cantidad de ropa y zapatos que tenía, producto de su actividad. “Hoy hago intercambios de prendas con amigas y me visto de negro para tener una base fácilmente modificable con accesorios”, explica Gorospe. También reclama contenedores especiales en las calles para la recuperación de prendas. “Es increíble la cantidad de ropa que veo tirada en la calle. Si uno no tiene tiempo de llevarla a la iglesia o a alguna fundación para donarla, es una buena idea”.
Los diseñadores hacen su parte. Ahora la jugada está en el campo de la industria textil. La sostenibilidad es un buen negocio, ya lo ha comprobado el rubro de la Belleza considerada hermana menor de la Moda, pero la respuesta de la industria textil todavía no está a la altura de la emergencia planetaria. La gran pregunta es: ¿cómo se hará la transición?
+ INFO: Fashion Revolution