¿Por qué el video de 6 minutos de una niña de doce años que les habla a los representantes de las Naciones Unidas en la Cumbre de Río 1992 sigue siendo tema de conversación veinte años más tarde? Ella misma responde a la pregunta que tantas veces le hicieron: «Porque mi testimonio de entonces apela al arma más poderosa que tenemos los seres humanos: el amor intergeneracional». Eso dijo Severn Cullis-Suzuki hace unos pocos días, en Río+20.
Y al observar su discurso una y otra vez me quedé varada en la palabra «intergeneracional», ese adjetivo que con tanta simpleza nos propone un concepto increíblemente poderoso, el del amor al prójimo. Literalmente, y según el Diccionario de la Real Academia, «intergeneracional» quiere decir: «Que se produce o tiene lugar entre dos o más generaciones». Listo. Eso es en síntesis lo que Gro Harlem Brundtland señaló en 1987 en su discurso «Nuestro Futuro Común», que además dio origen a la definición misma de la sustentabilidad. Un desarrollo sustentable es aquel que “satisface las necesidades de la generación actual sin por ello poner en peligro las oportunidades de las generaciones futuras para satisfacer las suyas”. Lo que está sobre el tapete en el fondo es la justicia generacional. La sustentabilidad es la demanda de dejar a nuestros hijos un legado que no sea sustancialmente peor que el que nosotros encontramos al llegar a este mundo. Dicho de otra manera: debemos vivir de nuestros intereses y no tocar el capital.
Mientras miles de personas asisten en estos días en Río de Janeiro a #RioPlus20 y millones lo siguen a través de las múltiples herramientas virtuales, una vez más prima la sencillez, el sentido común mismo en los dichos de Severn Suzuki veinte años después. En lo demás, poco ha cambiado: las reuniones, las declaraciones, los miles de textos en los que los países siguen utilizando mucho más el «hay que, vamos a… deberíamos» que el «hicimos, estamos haciendo,investigamos…». Veinte años después (toda la vida de mi hijo mayor, por ejemplo), la burocracia política sigue descubriendo América. No se piensa a largo plazo, o por lo menos no lo hacen los gobiernos, y si lo hacen no se comprometen públicamente como debieran.
«La justicia intergeneracional es una gran deuda global», explicó Severn Cullins-Suzuki en el marco de un encuentro paralelo con motivo del 20º aniversario desde que los delegados de la sociedad civil en la Cumbre de Río 1992 propusieron al Nobel de la Paz Mikhail Gorbachev para crear Green Cross International.
La enorme presión que se puso y se pone sobre el medioambiente ubica a la humanidad al borde de un punto de no retorno si las medidas adecuadas no se toman. Y cada vez suena con más fuerza eso de «think global, act local» que propone pensarnos en un contexto global pero actuar a nivel local. Simple. Si cada uno de nosotros fuera respetuoso de los demás y del medioambiente, el cambio positivo ya se haría notar. No es una utopía, es una posibilidad.
«Debemos decidir si seremos lideres del cambio y la transformación o si seremos cómplices de la destrucción», dice Collins-Suzuki, quién está vez participa de la cumbre internacional no como niña sino como madre.
Comprender la intergeneracionalidad es ir un paso más allá de la propia generación. Significa incluir a los mayores, a los que están y también a los que vendrán. Tiene que ver con aceptar que cada movimiento está relacionado con otro ser de alguna u otra manera. Todos somos pares, se sabe. Ahora hay que hacer más y hablar un poco menos.