Cuando nos referimos a un tema tan preocupante para las sociedades modernas como lo es la prevención del trabajo infantil sabemos muy bien que hay que diferenciar entre el urbano y el rural. Sobre el urbano, están todos de acuerdo en que debe ser erradicado totalmente, pero cuando se trata del rural, empiezan a pesar las «tradiciones», que admiten el hecho con la excusa nostálgica de que «siempre se hizo así» o con el argumento de que los chicos adquieren un oficio viendo a sus padres trabajar y ayudándolos en las tareas del campo (en las viñas, la zafra o los secaderos de yerba mate, por ejemplo) o en las tareas domésticas, cuando se quedan a cuidar a los hermanos más chicos.
No es así. El trabajo infantil es siempre lisa y llanamente trabajo, y un niño, por su edad, de ninguna manera está maduro física y mentalmente para hacerlo. A veces lo más difícil es convencer a las propias familias de que el lugar de los chicos es la escuela o un espacio destinado al juego.
De allí que NOTICIAS POSITIVAS haya viajado a Salta y Jujuy para comprobar, nuevamente, cómo programas como Porvenir o Jardines de Cosecha, desarrollados por la ONG Conciencia y diversas empresas, van cambiando esa cultura. En las palabras de los protagonistas se puede seguir la evolución: los padres ya preparan voluntariamente «todo el papelerío» para mandar a los chicos a las escuelas en las que funcionan estos programas, y los adolescentes mayores de 16 años se van incorporando a ellos como ayudantes de los maestros.
Cambiar el alma de los pueblos lleva mucho tiempo, pero se puede, y hoy las sociedades están más flexibles. Ojalá pronto el trabajo infantil sea solo el recuerdo de algo que correspondió a otras épocas.