Ascender al Monte Fuji es algo que nadie debería dejar de hacer si prolonga su estada en Japón más de unos días. Sagrado para los japoneses sintoístas, es además una estampa clásica del país, muy bien aprovechada por todos sus grandes artistas plásticos, fotógrafos e ilustradores.
Wanda Sadowski, corresponsal de NOTICIAS POSITIVAS desde Japón, cumplió con este ritual y así lo cuenta:
«Es muy importante hacer el ascenso al Monte Fuji, ya que es el volcán más alto de Japón, con 3776 metros, uno de los símbolos por excelencia del país, y también, porque se lo considera un lugar sagrado, ya que la religión mayoritaria acá, el Sintoísmo, toma como deidades a los elementos de la naturaleza. Subir al Fuj San representa una comunión con la montaña, con el cielo, con los árboles, etc. Hay muchísimas obras de arte, pinturas, esculturas, libros y poemas inspirados en el Fuji.
El Fuji es un volcán activo pero con poco riesgo de erupción; la última vez que entró en erupción fue en 1707. Los dos meses de subida oficial son julio y agosto; en junio y septiembre se puede, aunque hay muy pocos refugios abiertos. Fuera de esos meses no se puede por riesgos de nieve, avalanchas, etc. En esta época, entre el comienzo y la cima, puede hacer una diferencia de 20 grados.
Contratamos una excursión en grupo con un guía y empezamos subiendo por la 5ª. estación, que está a 2300 m. Al principio nos parecía que subíamos «muy lento», pero es que el guía va regulando la velocidad para no cansarnos y no gastar demasiado aire, ya que la falta de oxigeno se puede sentir.
El principio no es demasiado empinado ni difícil, pero a medida que se va subiendo, se pone más complicado y además se empiezan a percibir los síntomas que produce la altura, para lo cual se pueden comprar tubos de oxígeno en aerosol, caramelos, y hay que estar muy hidratados.
Empezamos el ascenso a las 3 de la tarde y llegamos al refugio de la 8ª. estación a las 8 de la noche, ya cansados, y con un poco de frío, pero aguantable. Cenamos arroz con curry que nos dieron en el refugio, y pudimos descansar hasta las 23.30, para a las 12 salir nuevamente, pero esta vez ya mucho más abrigados: con camperas de ski, guantes, parches de calor, gorrito.
Hay partes que no son de escalada propiamente dicha, pero hay que subir medio en diagonal por piedras, y todo esto con mochilas bastante cargadas (agua, abrigo, tubos de oxígeno, barritas de cereal). Por suerte no llovió ni hubo vientos demasiado fuertes, ya que en la cumbre, en esta época, hace entre 0 y 8 grados de promedio, pero si llueve o hay vientos, la sensación térmica es negativa.
A las 4:30, atravesamos el Tori (el símbolo del sintoísmo), que anunciaba la llegada a la cima, para ver el amanecer, un espectáculo hermoso, por el que valió la pena todo el esfuerzo. Nos quedamos una hora mirando ese show que nos daba el cielo.
Comenzamos el descenso 5 y media, y no por ser bajada fue más fácil: muy empinado, con tierra suelta y piedras volcánicas.»